HIPERTENSIÓN - 2 de septiembre de 2022
La formación de coágulos en nuestro organismo es un mecanismo de defensa del cuerpo que impide que se produzcan hemorragias tras un sufrir un daño, y también ayuda a evitar que las infecciones entren en nuestro cuerpo.
Sin embargo, en ocasiones, nuestro organismo produce coágulos de sangre sin haber sufrido un daño, por alguna patología como la fibrilación auricular en donde el ritmo del corazón es irregular y anormal. Este ritmo cardiaco irregular provoca que la sangre se enlentezca y se formen coágulos en nuestro sistema circulatorio, los cuales pueden viajar por todo el cuerpo y causar mucho daño, dependiendo de dónde bloqueen el riego sanguíneo. Los coágulos pueden dañar ciertos órganos vitales como el cerebro y, por tanto, provocar ictus o infarto cerebral y embolias sistémicas, entre otros episodios cardiovasculares.
Por todo esto, es muy importante que, una vez que se detecte esta patología nos pongamos en manos de un médico que nos trate esa fibrilación auricular y nos prescriba un tratamiento anticoagulante para prevenir un ictus.
Existen diferentes tratamientos anticoagulantes entre los que destacan los antagonistas de la vitamina K y los anticoagulantes orales de acción directa.
En el caso de los primeros, reducen en más del 60% el riesgo de sufrir ictus frente a no tomar ningún tratamiento, sin embargo, su control es más complicado puesto que requieren de una monitorización exhaustiva del paciente y un seguimiento periódico, así como un continuo ajuste de la dosis para que esta no pierda eficacia. [i]
Según el estudio Rosendal los pacientes con mal control de este tratamiento tienen mayor riesgo de sufrir ictus, complicaciones hemorrágicas, insuficiencia renal [ii], o incluso la muerte, frente a aquellos con un buen control y seguimiento o los que utilizan un anticoagulante de acción directa. [iii]
Alrededor del 50% de los pacientes que siguen tratamiento con un antagonista de la vitamina K tienen un mal control habitual del INR (Índice internacional normalizado), un parámetro que evalúa como de anticoagulada está la sangre. Se trata de un porcentaje muy alto, sobre todo teniendo en cuenta que hoy en día existen tratamientos alternativos con eficacia probada, con lo que estas personas tienen más riesgo de sufrir un ictus o una hemorragia.
Por otro lado, tenemos los anticoagulantes de acción directa que actúan bloqueando el sistema de coagulación en un determinado punto, lo que permite usar una dosis fija que no requiere realizar los controles tan exhaustivos que se realizan en el tratamiento con antagonistas de la vitamina K, dado que las concentraciones del fármaco en sangre son mucho más estables y previsibles. Reducen el riesgo de trombos e ictus en un 19% adicional en comparación con anti-vitamina K, el riesgo de muerte en un 10% y el de hemorragia intracraneal, hemorragia muy grave y amenazante para la vida en un 52%. La necesidad de controles analíticos con estos fármacos es menor, y no requieren medir el INR [iv]. Las guías o protocolos recomiendan los anticoagulantes orales de acción directa de forma preferente a los antagonistas de la vitamina K
Además de la importancia del seguimiento profesional a estos tipos de tratamientos, también es muy importante la implicación y el compromiso del paciente, así como de su familia para garantizar una buena adherencia al tratamiento, clave para una buena anticoagulación. Educar en el control de la salud y explicar con detalle los riesgos y las garantías de los tratamientos es imprescindible para la consecución de los objetivos clínicos.
Bibliografía consultada
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